Uno
no sabe bien como, pero al final,
solo
es sobreviviente de un espacio,
de
viejas tautologías sentimentales
enterradas
en placideces de espera.
No
obstante, nunca nos es suficiente
la
sonrisa que roza la nota del piano,
ni la
lluvia cayendo sobre el cuerpo,
o aquellas
madrugadas de inocencia.
Sobrevivimos
a la insulsa cárcel gris
en
que despertamos ajenas realidades,
a despedidas
que lucen principescas,
al
estallido de todos los sueños rotos.
Somos
devotos de secretas ausencias,
muchas
veces, sencillamente y apenas,
nos
conocemos sin llegar a conocernos.
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