miércoles, 6 de marzo de 2013

Penado

El hombre despertaba los lunes por la mañana.
Su boca sabía a noche y a cenizas de ilusiones,
el agua le despertaba el día y un café el juicio.
Lentamente, corría sombras, aspirando a primera luz,
amaneceres difusos y hastíos flotando en sordina.
Buscaba nubes en el techo, adivinando el tiempo,
y en la pared, rayaba un jardín de silencio sepulcral.
Tan tristemente ciego de tener tanto de nada,
en extravíos de fantasma urbano se desperdiciaba.
Invisible, un reloj le prolongaba toda falsa espera,
luego razonaba con ese nadie que inventó su mirada.
Así hasta el domingo, en que volvía a recomenzar.
Peor que todo carcelero, su pensamiento le hacía resonar
el suplicio de haber perdido tiempo ha, la libertad.



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