Enjauló a su primer amor
y se fue a vivir con dos desconocidos al noroeste.
Converso al más acérrimo nihilismo,
creyendo
que esa era su vocación, quedó desorientado.
Tuvo
un modesto empleo
con
una dama de rumbo extraño y manejo raro,
su
descanso y único recreo fue un enfriamiento invernal
en
las afueras de un gris Madrid en diciembre.
Gozó de días iracundos
hasta que se inventó un pasatiempo de ruleta rusa.
Todavía está intentado un día poder perder.
Ilustración: "Estudiante nihilista" - Ilya Repin
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