Estaba agobiado, la había perdido y no encontraba la
forma de recuperarla. Sin ella mi vida era nada. Era única, no había otra y
nunca había pensado en tener otra.
¿Para qué? ¿si con ella lograba acceder a todo lo que
necesitaba?
Aquello que se me ocurría, ella lo ponía a mi alcance, y
hoy no la tenía, mi vida era un desastre, agobiado, hasta pensé en suicidarme.
Su ausencia me sumió en una profunda depresión.
No lograron que me recuperara ni que volviese a tenerla
conmigo, ni médicos ni psicólogos ni psiquiatras, tomé miles de medicamentos y
nada, me hundí en el alcohol, lo sobreviví sin lograr éxitos, visité mano santas,
curanderos y cuanto boticarios me indicaron; hasta que finalmente, una piadosa
alma amiga, me recomendó una adivinadora, que leía las cartas, famosa por
lograr lo imposible.
Menguadas mis fuerzas y mi economía, y siendo tan
vehemente mi necesidad de volver a tenerla junto a mí, obedecí esta sugerencia.
Abrumaba una luz cenital que apagaba el fondo. Apenas si
resaltaban unas dibujadas figuras de hombres orientales, tal vez mongoles, que
se difumaban más allá del respaldo de la silla.
Una mesa redonda, de un caoba ajado, me separaba de
aquella que decidiría mi futuro, haciendo que ella volviera a mí, escudriñando
en mi pasado donde había reinado.
La mesa estaba perfectamente dividída en dos.
Mi mitad, vacía, tal como me sentía. La de ella, en
prolijo orden, solo tenía algo que parecía ser un posa platos prolíficamente adornado
con guardas, sobre el cual descansaba una esfera traslúcida sostenida por un
pie de ébano.
Al verla, rogué que la bola de cristal me devolviese la
buscada imagen, para refrescarla en mi memoria. Pero nada ocurrió.
Un mazo de Petit Lenormand, pulcramente acomodado
señalaba el límite entre su sector y el mío. Luego venían las cartas del Tarot
en las que, pasado y devenir se iban a
ir revelando.
La primer fila de seis cartas, luego una de cuatro y
cerrando el abanico solo dos.
A su izquierda un pequeño montículo de naipes donde el
ocho de oro, me alertaba sobre que estaba en un periodo de lucubración, que no
debía perder el foco en lo que estaba buscando si quería llegar a buen puerto y recuperarla.
A su derecha, el mazo volcado boca abajo, ocultando
nuevas sorpresas o las que ya no definirían ni destino ni mi búsqueda.
Cerrando la superficie circular de la mesa estaba ella,
la cartomancia.
Tal vez habría superado la cuarentena, pero de seguro no
llega a tener cincuenta años. Frente amplia, cabellos oscuros que brillaban con
la iluminación que le caía vertical, unas cejas cuidadosamente depiladas, nariz
proporcionada, algo ancha en su base para mi gusto, labios finos, vestía de
negro, a lunares, por todo adorno unos aros, un colgante, una pulsera y un
anillo en su mano derecha.
Leía las cartas de izquierda a derecha, murmurando bajo y
casi sin levantar los ojos. Poco me decía, a fuer de ser sincero, yo tenía que
adivinar de entre sus murmullos las palabras sueltas que pronunciaba.
Un denso vaho de incienso, a más de provocarme estornudos
de alergia, me tapaban las cartas de la primera fila sobre la izquierda, recién
distinguía a partir de la tercera, que parecía ser un rey, un señor feudal o
algún mandamás sentado en un trono, luego venía una baraja con muchas estrellas
y, si mal no veía, una mujer tal como vino al mundo. Le seguía lo que me
pareció un copón, o un cáliz y cerrando la hilera, en medio de lo que parecía
un ovalo de laureles algo así como una ninfa bailando.
Lentamente recorría, sin tocarlas, cada una de las cartas
y entre dientes la mujer farfullaba:
- “El hmm...rador… constancia… bueno… “la estrella (esta vendría a ser la mujer rodada de estrellas)… ayuda…
un gran amor que te será dado o recibido…“as de copas… hummmm… felicidad… el
mundo… alguien o algo que partió, que has perdido… o que está regresando… tal
vez… Esta fila me dice que eres constante en buscar aquello que anhelas, que lo
lograrás de una u otra manera, que ello te devolverá la felicidad porque o bien
lo que buscas está en viaje de regreso o bien en viaje de ida”
No me aclaró mucho su primera lectura, pero tanta era mi
desesperación que decidí escuchar que mi afán por encontrarla tendría premio,
que volvería a tenerla conmigo, y que esta bendita mujer en las cartas la
encontraría.
Entrecerró los ojos un instante que me pareció eterno,
aspiró profundamente, como buscando que el humo del incienso le llenara los
pulmones, carraspeo apenas y pasó a la segunda hilera, descubriendo las cartas.
- “Malo…malo… están invertidas… dos copas invertidas
no es bueno, debes ser precavido…. Este de aquí es el siete de copas, no está
invertido, pero igual es malo, te señala una decepción, para mal de males a su
derecha está el Loco… te ha de invadir la negligencia, el desequilibrio, la
desorientación. El ocho de copas señala lo que se ha abandonado, que no se ha
cuidado, pero en tu caso, al estar invertido indica que un amor nuevo o algo
nuevo te dará felicidad. Sin embargo viene acompañado del seis de copas, también
invertido, esto es que lo que buscas ha de quedar en el pasado, que no valía
nada, que puede ser reemplazado.
- Eres tozudo en buscar lo extraviado, pero esto se te ha
desaparecido por tu negligencia, porque no le has brindado los cuidados
necesarios, lo has dejado en algún lado del pasado, sin valorizarlo, la
felicidad del reencuentro que te anuncia el As de copas es endeble, el viaje
que el Mundo te señala tal vez sea de ida y no de regreso”
Si en los instantes previos la ilusión inundó mi alma, ahora
esta se diluía como la humazón de incienso, se perdía en la oscuridad del
fondo, más allá que esos orientales que, fieros, se agazapaban en la penumbra.
Nuevamente mi espíritu entró en crisis, la consternación se apoderó de todo mí
ser. Recordé que era cierto, que en más de una ocasión me había olvidado de
ella, que no tuve precaución en guarecerla de otras maneras, que fui negligente
en su cuidado. Horrorizado, comencé a percibir que nunca más la tendría, pero
la débil posibilidad de las dos barajas que aún quedaban en la última línea,
hizo que me aferrara a que la sapiencia de esta gentil señora, sabría darme una
solución y por fin reencontrarme con ella.
Juntó las manos en un rezo (o al menos eso creí ver), se
persignó tres veces y finalmente descubrió mis dos últimas esperanzas. Precipitadamente
las cubrió con su mano derecha.
-“Hijo mío, consuela tu corazón… de nada vale
que te diga lo que las cartas me señalan… para ti, todo está perdido… jamás la
hallarás, tu descuido hacia ella te ha condenado… has de pagar tu pecado,
puesto que lo hecho, hecho está… de nada sirven lamentos ni llantos, toda
esperanza te ha abandonado”
Demudó mi rostro, la sangre se cristalizó en mis venas,
encanecieron mis cabellos, temblome como nunca el perineo. Desahuciado, solo
atiné a rogarle, a implorarle, a ofrecer duplicar su paga si me brindaba una
solución, ya que tan afamada era, que me permitiera volver a tenerla conmigo.
Se llevó sus manos al rostro, resplandeció por un
instante el anillo de su anular derecho, tintineo la pulsera de la izquierda,
contuvo por un instante el aliento, para luego exhalar un largo gemido.
- “Buen hombre, de este santuario, nadie se va sin una
solución, el Altísimo me ha dado un don y yo lo brindo con generosidad a todo
aquel que lo necesite… nunca nadie ha de decir de mi que no he ocurrido en su
auxilio, mucho más si con la gracia del Benemérito, duplica lo que con humildad
solicito para los menesteres del culto, ya que nada en mi persona queda. Sierva
soy de la gracia que se me ha otorgado y a ella me debo. Los afligidos acuden,
no a mí, sino a Aquel que por mi se expresa, y este, en su grandeza les otorga
la luz mediante mi persona. Impone junto a esta mágica esfera tu doble
colaboración para perpetuar las facultades con las que se me ha honrado y de
mis labios saldrán las palabras que te llevaran a tener contigo lo que has
perdido”
Presuroso, agitado y totalmente confiado, hurgue en mis
bolsillos buscando los billetes con los que, tal como lo había prometido,
duplicaría lo que ya había oblado y de tan expectante por oír su respuesta,
agregue unos cuantos billetes de mas.
Si volvía a tenerla conmigo, todo pago era poco. Tanto
ella valía.
Con rapidez que asombró mis ojos su mano derecha
sobrevoló el posa platos, tomo el fajo y por debajo de su colgante, lo hundió
entre sus pechos, me miró fijamente a los ojos, extendió sus manos tomando las
mías, prolongó con solemnidad el silencio y al final me dijo:
“La razón y la luz me han inspirado, la sapiencia a mi ha
acudido, recibirás tu respuesta, a cambio, solo te pido, que a cuantos veas pregones
que yo te la he dado. Excelso señor, ármate de paciencia, camina lento hasta el
Banco que está en la esquina y pide para tu tarjeta de crédito, una nueva
clave. Las cartas así lo han dicho”
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