En un principio era la nada. Un inmenso vacío
danzando en el silencio de un mayor vacío. Solo los dioses, inmateriales y etéreos,
disfrutaban de sus virtudes imaginando breves mundos que creaban para sus
retozos y algarabías.
Pero cansados de continuamente imaginar
nuevos escenarios con los que agradar a sus pasiones, decidieron establecer un universo
permanente, en el que, cada uno de ellos pudiera aportar la mejor de sus
virtudes.
Así, de la voluntad de los dioses, nació la
Tierra. Aquel de sus lágrimas aportó el agua, este de sus pulmones el viento,
aquella de sus cabellos, montañas y llanuras, algún otro de sus virtudes a los
animales terrestres y quién sabe si no hubo quien de sus entretenimientos los
que poblaron las aguas. Hubo quien agradecido de su fuerza la transmitió a los
hombres, y en correspondencia, alguna diosa cedió su gracia en las mujeres.
A todos, animales, plantas, humanos, se los
dotó de vida y de bienes en abundancia, para que no tuvieran más que agradecer
a los dioses por los dones recibidos.
Pero, al mismo tiempo, para que no pudieran
alcanzar la magnificencia de sus creadores, a todos se les impuso un término
para su existir, y así, el dios de dioses, dio origen a la muerte.
Durante luengo tiempo vivieron en gozo y
armonía los seres así creados, para regocijo de sus creadores, quienes en ellos
encontraron el entretenimiento que la nada originaria les negara.
De entre todos los creados y de entre los
hijos que estos engendraron, pronto se destacó uno por su singular apostura y
porte. Alto sobre el promedio, de espaldas anchas, fuertes brazos y sostenidas
piernas, su rostro se enmarcaba en una original fealdad que atraía a todas las
mujeres.
Su nombradía llegó a oídos de la diosa Eos,
la que, intrigada por los rumores que sobre tal humano se corrían, no dudo en
personificarse con voluptuosa belleza y presentarse ante el mismo.
Al verse ambos mutuo resultó el atractivo, y
desde un primer momento ambos entendieron que sus destinos y sus cuerpos para
siempre debían estar unidos.
Resultó el humano ser un dios en las artes
amatorias, conociendo y adivinando todos y cada uno de los guardados secretos
de la diosa, a quien brindaba placeres tan intensos que las otras diosas
llegaron a envidiarla.
Colmada de felicidad y orgasmos, no dudó Eos
en solicitar al regente de los dioses que librara a su feraz amante de la carga
terminal que sobre él pesaba y le otorgara la inmortalidad.
Tan insistente y persuasiva resultó la
colmada deidad que al final logró que la fuente de sus goces obtuviera la vida
eterna.
Años y años pasaron ambos en un eterno himeneo
sin que al tiempo importancia dieran. Pero este en su andar no cesaba y pronto
el amador se percató de que, si bien le había sido concedida la eternidad los
dioses no le permitieron mantener la juventud.
Así su cuerpo fue sufriendo el deterioro que
aqueja a todos los mortales, encorvándose sus huesos, poniéndose sarmentosas
sus manos y la piel plegándose de arrugas.
Atormentado al percibir su deterioro en tanto
su festejada conservaba la originaria
lozanía, solo atinó a hundirse en las profundidades de la Tierra, llegando al
mismo centro de ella.
Y desde entonces, allí sobrelleva su
oprobiosa perpetuidad.
Día a día su cuerpo mengua y sobre él se
ciernen las capas telúricas que lo esconden, provocando en cada acomodamiento
los temblores, tsunamis y terremotos que le recuerdan a la diosa Eos que su
amado sigue vivo.
Ilustración: "Aurora y Titono" - Francesco Solimena
Hola, me ha gustado mucho. Seguiré leyendo.
ResponderEliminarMuy bellos tus poema, seguiré tu trayectoría.
ResponderEliminarUn saludo.