Miradas impropias, palabras necias,
gestos molestos, agravios vanos,
no merecen de nuestro tiempo.
El juego de las mentes pequeñas
es molestar a los que anhelan
un pensar y sentir diferente,
que supere el doblegarse
a lo ordinario, común y burdo.
La respuesta que debe darse
es dejar que la ofensa resbale
en el muro de la indiferencia.
O dejar que entre por un oído y salga por el otro y dejar que las aguas corren y purifiquen el ambiente.
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