La gente que ríe tiene un algo especial. En
plena carcajada la cara se vuelve humana, a mitad de camino entre lo civilizado
y lo sano.
La voz se ajusta y quiebra, los ojos
desaparecen, los cuerpos se bambolean con involuntarios aspavientos, las fosas
nasales aleteando graciosamente, la cara henchida y rosa, los ojos dos canicas
expresivas, llorosas, clavadas en el infinito, ronquidos y resoplos. Al final
del ciclo de la carcajada a todos les salen lágrimas y les sobreviene una
especie de vergüenza.
Son desconcertantes las personas que se ríen,
que tragan aire entre los dientes antes de soltar sus sonoros pujidos. Son
temibles las personas que ríen castañeteando, extrañas las que vuelcan la
cabeza hacia delante, contorsionándose, como si la alegría repentina les
doliera.
Preocupan quienes se ríen sin emitir ningún
sonido, hacia adentro, mitad ahogándose, y suenan a falsas aquellas que se ríen
sin mover la panza.
La risa de los otros, se imprime en nuestra
memoria mejor que la voz o que la mirada, mejor quizá que los olores, tan
difíciles de evocar.
Y quizá es justo que recordemos a otros y
seamos recordados, en nuestra expresión más extraña, infortunada y vulnerable,
la risa.
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