Un melancólico
perfume,
incierto
de realidad o sueño,
atrapa
en intacta desnudez
la
orfandad de la sangre
en lo capilar
del alba.
Anoche
fue un mismo sueño.
El paraíso
se confinó
al
misterio de tu vientre.
No aprehendí
a ser puro
hasta
que, desvelado en lo fino
de tu
frente de mujer dormida,
las
yemas de mis dedos
despertaron
el suave paisaje
y la
música de tu cuerpo.
Dispersos
bajo la luna
cantábamos
y gemíamos
al
misterio más liviano,
gastando
el tiempo
en sentir
lo que sentíamos.
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