Aquel
viento ondeaba su piel gitana
y de
gitana no tenía nada.
Pero a
mí, se me antojaba zíngara,
pese a
sus ojos verdes
y su
risa de paloma en arrullo.
La amé
con lágrimas y páginas escritas.
Me
amó, si es que me amó,
cuando
ya era tarde. Demasiado tarde.
Cuando
de brasas no quedaban
más
que herrumbres viejas y olvidadas.
En horas
vagas, recuerdo su piel gitana
que,
de gitana, no tenía nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario