miércoles, 2 de noviembre de 2011

Laberinto

Un noveno piso,
un ascensor que no funciona,
una escalera interminable,
miles de puteadas.
En el infinito, el desasosiego
de tener que subir
doscientos cincuenta y dos peldaños.
El deseo bajando y la presión subiendo.
Así empezó nuestra historia.
Tendría que agregar
las luces de emergencia en los rellanos,
y las barandas,
esas a las que te aferrabas,
no para subir,
sino para aplastar mi espalda
teniéndome sólo para vos,
en un juego peligroso
en el que resultaba ser, a disgusto,
un prisionero de la libertad,
a las cinco de la mañana
 y en el laberinto de tus besos.

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