Finalmente, el último transeúnte
de la oculta historia de la luz,
trabajosamente, bosquejó el sendero
que ignora, arriesgado, el equinoccio;
esperando esperanzado sobre el puente
que asome, amaneciendo de la lejanía,
la dama de corazón errante que lo acompañe
en su último escape a la felicidad.
Entre otros cielos distintos, nevado de ensueños,
su crónica de fugitivo le dice que no es necesario
guardar tras las murallas su realidad agonizante
un mascaron de proa anunciará, rojo y dulce,
la viajera irrealidad que precede su llegada.
Hechos nuevos se ofrendan en acorde
para que la niña, paradigma del amor,
se esté presente colmando ilusiones.
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