Regresando
al viejo rumbo,
descubriéndose
pasajero
de media vida,
autodidacta,
se encontró exonerado
de los embates
del tiempo.
Logró ser
feliz con un sueño,
sin nombre
ni pasado,
ficción a la
que pertenece
y con la que
se saben,
(sin saberse),
esos sentimientos
extremos,
últimos y auténticos enunciados,
que
se guardan cual amatista,
en
un adagio tierno y afectuoso,
que incrementan
la luz
de toda futura existencia.
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