Era hombre de silencios heroicos,
errante inmortal de la esperanza,
inabarcable designio de lo humano,
reo insurgente ante la indiferencia,
fantasma de su propia nostalgia.
Casi llegando a los sesenta y pico,
se le plantó un recuerdo alternativo
en algún exclusivo soplo de soledad.
Incapaz de apartarse de lo imposible
se fue tras él por barriadas y estiajes
a descubrir la ciudad y sus colores.
Sucedió por allí, en una tarde en mayo.
Su casualidad no tuvo ninguna despedida,
fue un desprendimiento o un dulce suicidio,
una tibia ironía conceptual del corazón.
Milagro absurdo de un nómada esclavo
de eso que muchos otros llaman destino.
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