Todavía inundaba su cabeza la carcoma de la borrachera
de la noche anterior.
Había sido su despedida de soltera, y sus
amigas, sus buenas amigas, tuvieron la
nada común ocurrencia de ir a cenar y luego terminar la noche en el Golden,
famoso por su show de strippers exclusivo para mujeres, según rezaba la
publicidad que había atraído a la quincena de treintañeras que componía el
conjunto de sus compañeras.
A algunas las conocía desde el jardín de
infantes, Teresa y Fabiola, entre ellas, otras de distintos trabajos que había
tenido en sus treinta y nueve años, la más antigua Elvira que a su vez gozaba
del privilegio de ser la mayor del grupo y hasta estaba María de las Mercedes
con la que habían ingresado juntas al convento de La Misericordia y Pasión, en
el breve semestre en que tuvo un delirio místico y quiso ser monja.
Por suerte el deliro fue transitorio, y así,
al casi pisar los cuarenta, siete meses atrás, había conocido a Marcelo
Ticiano y ahora estaba a punto de
contraer matrimonio.
La cena tuvo un comienzo tranquilo, propio de
mujeres maduras, serias y ya de regreso de los cosquilleos adolescentes.
Ninguna de ellas, probó alcohol en el transcurso de la comida, las osadas
apenas tomaron la breve copita de mistela con que la casa recibía a sus
invitados.
Sobre los postres, las mismas, a las que se
sumaron algunas otras, gustosas apreciaron el lemoncello también por cuenta de
la casa. Llegado este momento se propiciaba la ocasión de un brindis para
desear buenaventuras a la futura consorte.
Tres botellas de champagne sirvieron para la
ocasión, obviamente Pommery Brut Royal, pese a que su costo engrosaba bastante
la cuenta.
Se podría culpar a las burbujas por la espontánea
algarabía que las fue ganando o, tal vez, las que ya habían dado ese
trascendental paso quisieron volcar su experiencia a la novata y no encontraron
mejor manera de hacerlo que mediante chistes e inventadas anécdotas.
Así hubo quien sugirió trucos para que, la
noche de bodas, fuera una verdadera noche de himeneo, mientras que otras
sugerían, descaradamente, que el himeneo se había concretado mucho tiempo
atrás, seguramente antes de su efímero ingreso al convento de La Misericordia y
Pasión, seguramente quien comentó esto hubo de ser María de las Mercedes, quien
por aquella época era su confidente y supo de su apasionado romance con Víctor
Horacio.
Al momento de cancelar lo consumido, y en
vista de la calificada cifra, la casa contribuyó a incrementar la desinhibición
y la graduación alcohólica de las féminas con otras dos botellas de la misma
bebida, aunque esta vez de sensible calidad inferior, detalle que no fue
percibido por el ya bastante entonado grupo de celebrantes.
Desde La Estancia, donde cenaron, al Golden
no hay más que pocas cuadras, pese a ello, decidieron ir en cuatro autos,
dejando otro tanto estacionados.
Un tronar de bocinas, gritos, destempladas
carcajadas y gestos de elevada obscenidad acompañaron el breve viaje.
Llegadas al Golden entre cotilleos y risas,
exigieron que, tal como habían reservado, se les otorgaran las ubicaciones
preferenciales, en especial para ella que era la homenajeada.
Hasta allí se acordaba perfectamente de todo
lo ocurrido, luego las escenas comenzaban a desdibujársele parcialmente y con
una aumentada velocidad hasta finalmente no recordar mas nada.
Sí tenía presente que al momento de estar
todas ubicadas, quien oficiaba de maestro de ceremonias, sobre el escenario,
había pronunciado su nombre y había solicitado un aplauso al público presente,
en su totalidad mujeres que, o mataban su aburrimiento o también estaban en
algún festejo.
Luego de esto, un joven de cuerpo trabajado a
puro gimnasio, solamente vestido con un breve bóxer que en su frente tenía la
imagen de un elefante cuya trompa era un aditamento agregado en tela que subía
y bajaba conforme se caminaba, se acercó hacia donde estaban portando una torta
y una bandeja, sostenida con precario equilibrio, repleta de copas a medio
servir.
Puso en su falda la torta, frente a la cual
todas rieron estruendosamente, pues representaba un imponente falo trabajado de
tal manera que parecía natural, aunque por sus dimensiones bien podría
describirse como sobrenatural.
Junto al brindis estallaron las chanzas
comparativas con lo que suponían la esperaba en la realidad de su noche de
bodas, otras sugirieron que demostrara prácticamente que sabía darle el uso
correspondiente y si era posible que ensayara cuantas variantes se le
ocurriera, y las mas colaborativas, se ofrecieron voluntariamente para menguar
su extensión previo a comparar con el modelo natural del futuro esposo.
Recordaba que más tarde comenzaron a
entregarle algunos regalos, el libro “Sobrevivir en pareja” obsequio de
Fabiola, unas esposas ocurrencia de sus
compañeras de trabajo, un antiguo camisón de lino, con mangas largas, cuello
cerrado y con solo un par de botones desde la altura del ombligo hacia abajo
que trajo María de las Mercedes idéntico al que usaban en el convento, un
llavero que simulaba un paquete diminuto de profilácticos y otras cosas por el
estilo.
Las rondas de bebidas, incluidas en el precio
de la entrada, no cesaban de llover sobre las mesas y rápidamente eran
sustituidas las copas vacías por otras nuevas.
El show era el consabido desfile de atildados
y musculosos muchachos con la más breve ropa posible, intentando seguir el
ritmo de una música que de algún lado partía con movimientos que pretendían ser
eróticos y apenas si alcanzaban el grado de insinuantes.
Inevitablemente, el desfile por el escenario
concluía con un descenso del mismo por parte del stripper y un acercamiento
hacia la festejada con distintos tipos de contorsiones y alusivas muestras de
exhibición de atributos.
Sus últimas evocaciones más o menos vívidas,
le traían a la mente un slip amarillo, una zunga naranja rabioso y, si mal no
recordaba un bombero que debajo de su traje anti flama parecía no tener nada,
aunque de esto no estaba segura de haberse cerciorado.
Tropezando con algunos muebles fue hasta el
baño para abrir la ducha, tratando de desentrañar el misterio de cómo había
llegado a su departamento y logrado acostarse.
Ya bajo el agua tibia comenzó a sentirse un
poco mejor, aunque su estomago era una regurgitante caldera y su cabeza un
repercutir de bombos y redoblantes.
Dejaba correr el agua por su cuerpo mientras
se enjuagaba la cabeza, cuando escuchó el timbre del departamento. A esta hora
y en este día solo podía ser Marcelo Ticiano
quien seguramente querría ponerse al tanto de su aventurada despedida y
con quien se había comprometido a almorzar juntos para finiquitar algunos
trámites de la boda todavía pendientes.
Abrió la mampara dejando correr el agua de la
ducha y tal como estaba, desnuda, fue a abrir la puerta.
La cara de sorpresa y asombro de Sor
Benedictina, la madre superiora del convento de La Misericordia y Pasión se le
estrelló en el rostro antes de que pudiera cerrar la puerta.
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