jueves, 21 de abril de 2016

La despedida


Todavía inundaba su cabeza la carcoma de la borrachera de la noche anterior.
Había sido su despedida de soltera, y sus amigas, sus buenas amigas,  tuvieron la nada común ocurrencia de ir a cenar y luego terminar la noche en el Golden, famoso por su show de strippers exclusivo para mujeres, según rezaba la publicidad que había atraído a la quincena de treintañeras que componía el conjunto de sus  compañeras.
A algunas las conocía desde el jardín de infantes, Teresa y Fabiola, entre ellas, otras de distintos trabajos que había tenido en sus treinta y nueve años, la más antigua Elvira que a su vez gozaba del privilegio de ser la mayor del grupo y hasta estaba María de las Mercedes con la que habían ingresado juntas al convento de La Misericordia y Pasión, en el breve semestre en que tuvo un delirio místico y quiso ser monja.
Por suerte el deliro fue transitorio, y así, al casi pisar los cuarenta, siete meses atrás, había conocido a Marcelo Ticiano  y ahora estaba a punto de contraer matrimonio.
La cena tuvo un comienzo tranquilo, propio de mujeres maduras, serias y ya de regreso de los cosquilleos adolescentes. Ninguna de ellas, probó alcohol en el transcurso de la comida, las osadas apenas tomaron la breve copita de mistela con que la casa recibía a sus invitados.
Sobre los postres, las mismas, a las que se sumaron algunas otras, gustosas apreciaron el lemoncello también por cuenta de la casa. Llegado este momento se propiciaba la ocasión de un brindis para desear buenaventuras a la futura consorte.
Tres botellas de champagne sirvieron para la ocasión, obviamente Pommery Brut Royal, pese a que su costo engrosaba bastante la cuenta.
Se podría culpar a las burbujas por la espontánea algarabía que las fue ganando o, tal vez, las que ya habían dado ese trascendental paso quisieron volcar su experiencia a la novata y no encontraron mejor manera de hacerlo que mediante chistes e inventadas anécdotas.
Así hubo quien sugirió trucos para que, la noche de bodas, fuera una verdadera noche de himeneo, mientras que otras sugerían, descaradamente, que el himeneo se había concretado mucho tiempo atrás, seguramente antes de su efímero ingreso al convento de La Misericordia y Pasión, seguramente quien comentó esto hubo de ser María de las Mercedes, quien por aquella época era su confidente y supo de su apasionado romance con Víctor Horacio.
Al momento de cancelar lo consumido, y en vista de la calificada cifra, la casa contribuyó a incrementar la desinhibición y la graduación alcohólica de las féminas con otras dos botellas de la misma bebida, aunque esta vez de sensible calidad inferior, detalle que no fue percibido por el ya bastante entonado grupo de celebrantes.
Desde La Estancia, donde cenaron, al Golden no hay más que pocas cuadras, pese a ello, decidieron ir en cuatro autos, dejando otro tanto estacionados.
Un tronar de bocinas, gritos, destempladas carcajadas y gestos de elevada obscenidad acompañaron el breve viaje.
Llegadas al Golden entre cotilleos y risas, exigieron que, tal como habían reservado, se les otorgaran las ubicaciones preferenciales, en especial para ella que era la homenajeada.
Hasta allí se acordaba perfectamente de todo lo ocurrido, luego las escenas comenzaban a desdibujársele parcialmente y con una aumentada velocidad hasta finalmente no recordar mas nada.
Sí tenía presente que al momento de estar todas ubicadas, quien oficiaba de maestro de ceremonias, sobre el escenario, había pronunciado su nombre y había solicitado un aplauso al público presente, en su totalidad mujeres que, o mataban su aburrimiento o también estaban en algún festejo.
Luego de esto, un joven de cuerpo trabajado a puro gimnasio, solamente vestido con un breve bóxer que en su frente tenía la imagen de un elefante cuya trompa era un aditamento agregado en tela que subía y bajaba conforme se caminaba, se acercó hacia donde estaban portando una torta y una bandeja, sostenida con precario equilibrio, repleta de copas a medio servir.
Puso en su falda la torta, frente a la cual todas rieron estruendosamente, pues representaba un imponente falo trabajado de tal manera que parecía natural, aunque por sus dimensiones bien podría describirse como sobrenatural.
Junto al brindis estallaron las chanzas comparativas con lo que suponían la esperaba en la realidad de su noche de bodas, otras sugirieron que demostrara prácticamente que sabía darle el uso correspondiente y si era posible que ensayara cuantas variantes se le ocurriera, y las mas colaborativas, se ofrecieron voluntariamente para menguar su extensión previo a comparar con el modelo natural del futuro esposo.
Recordaba que más tarde comenzaron a entregarle algunos regalos, el libro “Sobrevivir en pareja” obsequio de Fabiola, unas esposas ocurrencia de  sus compañeras de trabajo, un antiguo camisón de lino, con mangas largas, cuello cerrado y con solo un par de botones desde la altura del ombligo hacia abajo que trajo María de las Mercedes idéntico al que usaban en el convento, un llavero que simulaba un paquete diminuto de profilácticos y otras cosas por el estilo.
Las rondas de bebidas, incluidas en el precio de la entrada, no cesaban de llover sobre las mesas y rápidamente eran sustituidas las copas vacías por otras nuevas.
El show era el consabido desfile de atildados y musculosos muchachos con la más breve ropa posible, intentando seguir el ritmo de una música que de algún lado partía con movimientos que pretendían ser eróticos y apenas si alcanzaban el grado de insinuantes.
Inevitablemente, el desfile por el escenario concluía con un descenso del mismo por parte del stripper y un acercamiento hacia la festejada con distintos tipos de contorsiones y alusivas muestras de exhibición de atributos.
Sus últimas evocaciones más o menos vívidas, le traían a la mente un slip amarillo, una zunga naranja rabioso y, si mal no recordaba un bombero que debajo de su traje anti flama parecía no tener nada, aunque de esto no estaba segura de haberse cerciorado.
Tropezando con algunos muebles fue hasta el baño para abrir la ducha, tratando de desentrañar el misterio de cómo había llegado a su departamento y logrado acostarse.
Ya bajo el agua tibia comenzó a sentirse un poco mejor, aunque su estomago era una regurgitante caldera y su cabeza un repercutir de bombos y redoblantes.
Dejaba correr el agua por su cuerpo mientras se enjuagaba la cabeza, cuando escuchó el timbre del departamento. A esta hora y en este día solo podía ser Marcelo Ticiano  quien seguramente querría ponerse al tanto de su aventurada despedida y con quien se había comprometido a almorzar juntos para finiquitar algunos trámites de la boda todavía pendientes.
Abrió la mampara dejando correr el agua de la ducha y tal como estaba, desnuda, fue a abrir la puerta.

La cara de sorpresa y asombro de Sor Benedictina, la madre superiora del convento de La Misericordia y Pasión se le estrelló en el rostro antes de que pudiera cerrar la puerta.

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