El frío le adivinaba los huesos con la
calidez de un cuchillo de odio. Toribio Zenón Antunez apura el paso y el viento
le levanta un muro. Se inclina hacia adelante, como quien va a recoger algo del
piso, agacha la cabeza y arremete contra esa ventisca que le llena el rostro de
nieve y de un gélido manoseo.
Siente las manos rojas y duras dentro de los
guantes de cuero de oveja. Duras y rojas. Los pies son dos témpanos que se
arrastran, como pueden, dentro del metro de nieve que lo congela hasta las
rodillas.
Media legua y llega al puesto. Solo media
legua tirando de la brida a ese mancarrón que resopla nubarrones por los belfos
y los ollares, agotado después de cabalgar 10 leguas desde el pueblo.
Puta borrasca blanca que quiere aplastarlo
contra el suelo, podría haber esperado unas horas para largarse y no arruinarle
el regreso al rancho. Si llega, que mierda le importa que la nevada cubra todo
el campo, hasta más arriba de los alambrados, hasta más arriba de la cumbre de
su tapera o hasta más arriba de la punta de los álamos si quiere.
Si llega, allá tiene leña y yerba para
aguantarle la embestida, dos, tres días o los que ella quiera. Si llega.
Lástima la Romilda que se quedó en las casas,
le va a hacer falta su compañía, para conversar, que se yo pavadas y amucharse
en el catre de cueros viejos haciendo nada hasta que escampe. Y en una de
esas…. En una de esas….
Pero primero tiene que llegar al puesto, ya
está cerca, menos de media legua, allá después de la quemazón en la punta del
bosque, puta madre que desgracia el incendio del verano, pero no hay mal que
por bien no venga, de allí saco su buena leña para tirar todo el invierno.
Lo cansa el alzar las patas, el dar zancadas
para avanzar un tranco. Y el bagual que de cansado se le tira a la retranca.
Aguante zaino viejo, aguante que llegamos. Si Ud. quiere hacemos un descansito,
acá, en la punta de lo quemado. Echémonos en este tronco hueco, un rato nomas,
como para tomar un resuello. Acá el viento sopla menos.
La puta que hace frío, desde el 30 que no lo
sentía, será que tengo ya los huesos viejos. No me tiemble ahora pingo amigo,
no me afloje. Échese un sueñito si Ud. quiere, apenas un cabeceo y enseguida la
seguimos. No va poder con nosotros el viento y la nevada. Menos de media legua
y ya llegamos.
Se arropa en el poncho patrio, se entreceja
el chambergo y lucha por mantener los ojos abiertos.
La ve a la Rosalinda correr tras los
borregos. Que negro el pelo negro y que blanca su risa blanca. Tan niña la
Rosalinda, tan niña para casarse con el Rosendo y dejar el campo y a los
borregos. Para irse a vivir al pueblo. Y bueno, que se le va a hacer, son cosas
que pasan. Ya vendrán los nietos.
Hace menos frío y parece que paró el viento.
Se ve humo en el rancho, seguro la Rosalía está preparando el puchero. Ahora me
llego, mateo un rato, caliento el cuerpo y después le hago los honores con un
buen vino patero.
No cierre los ojos don Toribio Zenón, no
cierre los ojos que se le viene la Muda, y si los cierra, no se escapa. No
cierre los ojos, un rato mas y ya nos vamos, matungo amigo. Un rato más.
La nevazón no cesa y el viento la apura y la
amontona, allá sobre la quemazón del bosque, lenta, muy lenta lo va abrigando al
viejo Antunez y al malacara, por más que este le muestre las ancas a la muerte
blanca.
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