sábado, 9 de abril de 2016

Menos de media legua

El frío le adivinaba los huesos con la calidez de un cuchillo de odio. Toribio Zenón Antunez apura el paso y el viento le levanta un muro. Se inclina hacia adelante, como quien va a recoger algo del piso, agacha la cabeza y arremete contra esa ventisca que le llena el rostro de nieve y de un gélido manoseo.

Siente las manos rojas y duras dentro de los guantes de cuero de oveja. Duras y rojas. Los pies son dos témpanos que se arrastran, como pueden, dentro del metro de nieve que lo congela hasta las rodillas.

Media legua y llega al puesto. Solo media legua tirando de la brida a ese mancarrón que resopla nubarrones por los belfos y los ollares, agotado después de cabalgar 10 leguas desde el pueblo.

Puta borrasca blanca que quiere aplastarlo contra el suelo, podría haber esperado unas horas para largarse y no arruinarle el regreso al rancho. Si llega, que mierda le importa que la nevada cubra todo el campo, hasta más arriba de los alambrados, hasta más arriba de la cumbre de su tapera o hasta más arriba de la punta de los álamos si quiere.

Si llega, allá tiene leña y yerba para aguantarle la embestida, dos, tres días o los que ella quiera. Si llega.

Lástima la Romilda que se quedó en las casas, le va a hacer falta su compañía, para conversar, que se yo pavadas y amucharse en el catre de cueros viejos haciendo nada hasta que escampe. Y en una de esas…. En una de esas….
Pero primero tiene que llegar al puesto, ya está cerca, menos de media legua, allá después de la quemazón en la punta del bosque, puta madre que desgracia el incendio del verano, pero no hay mal que por bien no venga, de allí saco su buena leña para tirar todo el invierno.

Lo cansa el alzar las patas, el dar zancadas para avanzar un tranco. Y el bagual que de cansado se le tira a la retranca. Aguante zaino viejo, aguante que llegamos. Si Ud. quiere hacemos un descansito, acá, en la punta de lo quemado. Echémonos en este tronco hueco, un rato nomas, como para tomar un resuello. Acá el viento sopla menos.

La puta que hace frío, desde el 30 que no lo sentía, será que tengo ya los huesos viejos. No me tiemble ahora pingo amigo, no me afloje. Échese un sueñito si Ud. quiere, apenas un cabeceo y enseguida la seguimos. No va poder con nosotros el viento y la nevada. Menos de media legua y ya llegamos.

Se arropa en el poncho patrio, se entreceja el chambergo y lucha por mantener los ojos abiertos.

La ve a la Rosalinda correr tras los borregos. Que negro el pelo negro y que blanca su risa blanca. Tan niña la Rosalinda, tan niña para casarse con el Rosendo y dejar el campo y a los borregos. Para irse a vivir al pueblo. Y bueno, que se le va a hacer, son cosas que pasan. Ya vendrán los nietos.

Hace menos frío y parece que paró el viento. Se ve humo en el rancho, seguro la Rosalía está preparando el puchero. Ahora me llego, mateo un rato, caliento el cuerpo y después le hago los honores con un buen vino patero.

No cierre los ojos don Toribio Zenón, no cierre los ojos que se le viene la Muda, y si los cierra, no se escapa. No cierre los ojos, un rato mas y ya nos vamos, matungo amigo. Un rato más.

La nevazón no cesa y el viento la apura y la amontona, allá sobre la quemazón del bosque, lenta, muy lenta lo va abrigando al viejo Antunez y al malacara, por más que este le muestre las ancas a la muerte blanca.


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