domingo, 6 de enero de 2019

La noche es un vientre

Tarda la aurora en esta costumbre de no dormir,
la noche es un silencio blanco, sin pájaros,
se arropa en un aroma de jazmín bajo el murmullo
que se expande tras el ventanal desde la calle.
La noche es un vientre por el que deambulan mis ojos,
seguidos por un titubeo cuya duración no sucumbe.
Labra su oscuridad entre muros que se esfuman,
prolongando la cicatriz de la tarde en ausencia de sueños.
Tu desnudez es una de las pocas cosas que sobrevive
al hábito de entrarme en la enrojecida y nocturnal mirada,
veo doblemente en los espejos el alarido de la fatiga,
cabeceo crepúsculos en la contemplación de la nada.
En vano ensayo sortilegios para adormilar mi cuerpo,
la rutina que evita la dormidera se campea libre y esbelta.
Enciendo una luz y ahuyento la penumbra ajena,
me laceran un par de azulejos y el rebote de los espejos.
El silencio va sumándose a las horas como un lienzo,
apuro en una copa de ébano el intento de una canción de cuna,
pueril ensayo que no atrapa las alas lentas del sueño.
Ahora llueve sobre el cansancio en que vivo. ¿acudirá el letargo?
No está la sombra la luna de enero. Es inútil. Dormir no puedo.



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