Sus ojos por la tarde, contienen ausencia,
esparce aroma a hierbabuena su
cuerpo,
y despliega los rituales de ansias azuladas
para poder abrir la ventana del
domingo,
intentando dejar atrás rutinas
semanales.
El pueblo, de cinco esquinas, es
casi nada,
plaza, iglesia, y escasamente una
escuela.
Todos envejecen en sus calles
polvorientas,
y actualizan las piadosas historias
creadas
en el mutuo boca a
boca del buen vecino.
Ella es la mala, que a sus vidas da sustento.
Sus faldas muestran piernas, pero no tanto
como numerosos ojos quisieran poder mirar,
a sus décadas no se le supo amor de hombre,
pese a que sus escotes muestran por demás,
dicen las santurronas de la iglesia dominical.
Para colmo vive sola, alejada del qué dirán,
cultiva girasoles y dos grandes
perros flacos,
y para enmarañar aún más a esa realidad,
por las tardes de domingo, solo recibe la visita
de una amiga extraordinaria, llamada Soledad.
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