Ilusionado con la cosecha, se convirtió en sembrador de
besos.
El buen Cronos le regaló tiempo prestado, para que
germinaran
pronto sus semillas, y no tuviera de nuevo que volver a
empezar.
Un gnomo, un hada y la ilusión lo ayudaron a lograr su
cometido.
Ocho veces ocho tuvo que contar hasta poder ver su campo
florecido.
Punto seguido llegó la maduración y logró la estación de
cosecha.
Los primeros frutos, un poco verdes, sin experiencia,
tenían sabor a poco,
calmó su impaciencia, no queriendo repetir ese agrio
conocimiento.
Para la tercera recolección bastante ya habían mejorado. Eran
dulces.
Pero sin dudas la mejor siega la obtuvo al final. Allí
estaban los sinceros.
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