Tal vez un artista hipoteca su vida en plumas,
en ese rincón donde se arrastra el alma
efímera,
en la nada de un veredicto confidencial se
libera
la estética de la creación, con la eterna
intriga del saber
si para uno mismo se crea o se hace pensando
en otros.
Un huracán interno bulle imágenes, letras e
ideas,
brutos diamantes a los que creemos
procurarles lustre,
y tal vez no son más que espejismos que nos
atrapan
desde nuestro propio ombligo, roto de
abundante narcisismo.
Mirar y ver lo creado nunca es la misma cosa.
Mirar lo miramos, aunque no siempre
alcanzamos a verlo.
Serán irremediablemente otros ojos, libres y
ajenos,
los que juzgarán en libertad el valor de lo
creado.
Igualmente vale la osadía de no callarse nada.
Para reírse de un rey, es necesario que
exista el rey.
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