domingo, 11 de junio de 2017

Burdel


Las piernas cansinas avientan desde el alma
plumas desgajadas en una noche insaciable,
confinadas en el claustro de un lecho vacío,
agreste rincón de recalentados talismanes,
panacea efectiva de una mal pagada labor.
En el vaciado espíritu no ha cerrado la herida,
la figura congelada de un centavo, asoma
en ese camposanto junto a los pies desnudos.
Un linaje de incestuosas cópulas se resume,
como duende prófugo de un pasado sin cadenas.
Por allí ha pasado un rebaño de seres amargados,
dóciles a tragos que mengüen la sed de compañía,
y seguirán pasando por tan enfangada celda,
emética de orín, piernas y sobacos de miserias.
Su frigidez glacial relame el dueño de esa indecencia,
humedece sus manos de yemas arrugadas
y colma sus alforjas con el penoso sudor ajeno.

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