Condecoró mi pecho el roce de tu mano.
Sin tiempo para decirte que te amaba
palpaste el torso y el templo coronando laureles.
Tus caricias desataron la brisa y el viento,
por la ruta de la unión acercaste tu cara a la mía.
Con nocturnidad y alevosía disparaste
versos rojos de sangre. Maremotos y pájaros
germinaron en
oscuridades áridas, batallas en las sombras
me entregaron tus brazos. No hubo paz,
ni claudicación, ni plaza rendida. Solo bramidos,
cinturas marcadas, carne natural, orejas roídas.
El bermellón de un
mordisco me declara cautivo.
Ilustración: "s/n" - José María Sicilia
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