Muchas veces compartimos las
sílabas del café.
Ella se sentaba allí, en esa
silla, con su aire ausente.
Sus ojos vagabundos casi no se
detenían en mí,
jugaba en paralelo y
perpendicular con la tarde,
se dejaba estar parásita de su
propio ombligo,
hurgando con su pie el tobogán de
mi pantorrilla.
Yo sabía que estaba allí. Y ella
sabía que yo sabía.
Olía a espuma gris de anocheceres
y a corazón oscuro,
los codos, melancólicamente
desnudos de sueños,
se pluralizaban en los extramuros
de sus pechos.
Yo la recorría por dentro sin
tocarla. Deseándola.
Ella me regalaba besos aburridos
en el borde del pocillo.
Entre mordiscos a la luna compartimos
muchas cosas.
Lo sé porque alguna vez palpé el azúcar
de su piel
mientras su valle diminuto se
diluía en gemidos.
Cuando hervía su autoestima,
borraba las vocales,
se divorciaba de sí misma frente
a las ventanas
y decía que tenía hambre. Pero
hambre con H, ¿Entendés?
No. No entendía. ¿Cómo entender
un hambre con H
mirando ese escote donde
parasitaban mis deseos?
Entonces se iba dejándome el
mentón pintado de violeta,
la cuenta del café, un silencio
de opereta y desiertos en el alma.
Sublime!!
ResponderEliminarMil besitos.