Miro los campanarios
después
de las tormentas,
con
su soledad de alas mojadas,
y
vuelo allí, en visita virgen,
buscando
voces intensas,
susurros
vestidos de olvido,
anónimos
detalles del destino,
escondidos,
en la pátina
de
las buenas cosas olvidadas,
en
el raso de sus paredes.
Y
hurgo en la total aventura
de
encontrar sabiduría,
en
los trazos que la lluvia
deja
en los sutiles resquicios,
antes
que, frágiles, se disipen
con
el roce tibio de la caricia
pasajera
y voraz del sol.
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