No
existirá la muerte
cuando
yo muera,
porque
he de morir
en
un soleado otoño
así
sea plena primavera.
Un
aire de caramelo
y un
prado de margaritas,
presagiaran
días
clareados
que sigan
a mi ausencia.
Despreocupados
ríos
resucitaran
vergeles,
mudara
su pluma la torcaza
y se
romperá el silencio
en
el amanecer
del campo.
Alguna
mejilla será rocío,
aquel
y el otro continuaran
su
rutina de fútiles quejas.
Una
pequeña artista
pintará
de rosáceo suave
su príncipe
azul deseado.
Y
admitiendo que he muerto,
continuaré
viviendo
en el coro
de cigarras
que
reclaman del verano.
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