Con su
toque, la libélula se derrumba
en estéril
lucha contra la última farola.
Esta
noche no caerán gotas de silencio,
el
calor resigna su último
escrito pendiente.
En
condena, la ciudad es una hereje,
fiel
apóstata de su briosa luminosidad.
Distante,
el aromo se hechiza en fuegos,
la dualidad
del eco deja
sentir su
queja.
El soneto
es un tendedero de sílabas,
un rostro
envejecido apaga un te quiero.
Deseo un
helado de esperanza y limón
y el río
de medianoche no lo traerá.
Cierro la
ventana como un ciclo de la vida.
Mañana
será lunes. Todo está dicho.
En estos momentos no dispongo de un helado de esperanza y limón pero, si te apetece, en mi mesa al lado de la ventana hay un oloroso café para acompañar rebanadas de pan tostado, aun calientes y regadas con aceite de oliva y azúcar de caña.
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