Quiso
la mala suerte, que solo un sordo bebiera,
campechano
y a su antojo, de la luna el relente.
Disipando
algunas melodías en las cosquillas
de un
firmamento de cal y canto, que me digería,
atentos
amores me brindó, en una cama de hielo,
una
polilla, e incinerando su cuerpo, logró la negrura.
Un mimo
esbozó una sonrisa, y a cabestro alzado,
desligó
de sus encajes mis manos, atrapó al viento,
hundió
en él mi cabeza y me dijo. Vete a casa.
Con tozudez,
aporreé un viejo piano desafinado.
Me
metí de lleno, con muchas ganas de salir,
antes que
pronto, de ese breve otoño de circo,
con un
payaso callado y un pony amargado.
Una
luciérnaga de barro me hizo recordar
que no
era yo, el silente bufón del taburete.
Listo a
aclarar que nada tenía de aguafiestas,
confisque
para mí, las teclas con una rumba.
Bajo un
sol de humo, en el entre techo de un bar,
fui
directo hacia
las venas de un do sostenido,
en
una mano, tabaco, y la otra, en las
estrellas.
Ilustración: "Humo" - Juliana
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