martes, 6 de diciembre de 2016

Involuntariamente


Esa noche con nosotros no había ningún ángel.
Sin hacer ruido, los pies descalzos se rozaron,
el estremecimiento se apropió de nuestra piel.
Como al descuido unos labios apenas se rozaron,
la rodillas primero se tensaron y luego, blandas,
dejaron que los dedos abreviaran las distancias
hacia otros labios que no podían pronunciarse.
Al principio los cuerpos no parecían tan audaces,
estaban confundidos bajo esa luz noctámbula.
Buscábamos emprender el camino esperado
no sabiendo muy bien como poder encontrarlo.
Fuimos dejando atrás pequeños miedos dormidos,
hasta encontrar donde quedaba algo de la música
en esa desnudez que nerviosas recorrían las lenguas.
En algún momento superamos el indefenso umbral
y fuimos hacia el escalofrío que nos invadió la espalda.
Después todo fue naturalmente humano. Cálido,
con crepusculares ondulaciones desde la cúpula
hasta los cimientos de la inocente rosa silvestre.
Nos dejarnos arrastrar con tanto ímpetu, que el tiempo
quedó atrapado en su propia telaraña. No hubo ángeles.
Es cierto. Involuntariamente pudimos encontrarnos
en el paraíso sin haber abierto siquiera la boca.

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