Alguien
que nunca quiso,
sin
saberlo, se fue al cielo
con
muecas de desamor.
En
quejas vivió insociable.
A
todos y de todo hizo riñas,
agriada
siempre su cabeza
por
cosas que llevaba dentro.
Ni
la serena muerte la eximió
de
expulsar a sus rezongos.
Pronta
ya a la zafra definitiva,
sin pensar en aminorar en paz,
ajena de toda terrena humildad,
por la fuerza de la costumbre,
o por no dar su brazo a torcer,
todos sus tesoros acumulados
los dio en legado a su sepulturero,
si cumplía con la severa condición
de inhumarla a sarcófago abierto,
y que con ella, esa noche yaciera,
pues no quería que quedara intacto
lo que así seguía por nunca copular.
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