Aislado
y entre las piedras, se yergue arrogante el cedro.
De
espejo, le sirve la luna, en la que vuelca su sombra.
Ocultos, los cantos del lejano bosque le llegan al solitario,
la noche tiñe de arrebol el aire perfumado de albahaca,
convidado por las nubes, le cubren rocíos su enramado.
Su lamento de amnesia vegetal se propaga en el viento,
los
pájaros de la melancolía lo enfrentan en el sueño.
Su destino de madera, se fructifica en raíces, tierra adentro.
Fatalidad forestal la de su fortaleza ante los vendavales.
Tal vez su sino se apiade, y lo lleve a ser clamorosa guitarra
un noble arcón, quizás un camastro, o una simple cuna,
o arda en la lumbre, como un tierno beso de buenas noches.
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